El Keynesianismo: La teoría económica de un socialismo capitalista


Aunque el título les pueda sonar algo raro, es totalmente cierto. El Keynesianismo, parte de la base de impedir el libre actuar de las personas, buscando la planificación permanente del Estado para solucionar los supuestos problemas del mercado.

El economista más estudiado en la macro-economía ha demostrado ser todo un fraude al momento de intentar explicar correctamente los fenómenos económicos, pero sin duda ha sido bendecido por los gobiernos por la capacidad que ha tenido en estimular a las personas para dejarse doblegar, económicamente hablando, por los gobiernos.

¿Qué no me creen?. Pues recuerden lo que decía el propio Keynes en su Teoría General: «su modelo económico es más fácilmente aplicable a una sociedad totalitaria que a una sociedad libre» ¿No habías leído eso en tu libro de Keynes? Tranquilo, es algo que escribió especialmente para la traducción al alemán de su libro, donde no puede dejar de reconocer, aunque sea a regañadientes, que el keynesianismo supone un ataque contra la ciencia económica y la prosperidad y, sobre todo, contra la libertad.

Uno de los mayores críticos de Keynes es Orval Watts. En 1952, en plena efervescencia de este fenómeno económico, Oravl Watts escribió el libro titulado “Away from Freedom” (Lejos de la Libertad). Obviamente, Orval Watts no se olvida de criticar los fundamentos económicos del keynesianismo, pues, por antiliberal que sea, no deja de ser un sistema económico. De hecho, las quince páginas en que expone el papel del crédito y del dinero en una economía de mercado son el resumen más preciso, claro y contundente que yo conozca. Son quince páginas magistrales que bien valen el libro entero, y que deberían ser leídas por todo estudiante de economía que se precie.

Pero el objetivo de Orval Watts no es tanto darnos una lección de economía como el mostrar cómo se erigen argumentos liberticidas sobre falacias flagrantes. Veamos un ejemplo: El sistema keynesiano se basa en la idea de que la coordinación entre ahorro e inversión privada es tremendamente inestable, por lo cual el Estado debe ponerse manos a la obra y dilapidar el ahorro de los ciudadanos en inversión pública o en consumo público. Así, el keynesiano Theodore Morgan sostenía lo que sigue: “Probablemente, la mayoría de la gente estará de acuerdo con nuestra política nacional de que el derecho de un hombre a montar una empresa no es una libertad básica”. El futuro Nobel Paul Samuelson se sumó entusiasta a esa visión… como años después avalaría el sistema soviético: “La economía privada es como una máquina sin volante o conductor”.

¿Quién era ese conductor, cuál era ese volante que unos y otros proponían para corregir el laissez faire? Simplemente, la tan conocida mezcla de inflacionismo y déficit público que tratan de dignificar denominándola “política monetaria y fiscal compensatoria”. Dentro del cajón de sastre que era el gasto público indiscriminado financiado con cargo a la monetización de la deuda por parte del banco central cabía de todo.

Orval Watts no se dejó engañar por estas majaderías de un aprendiz de brujo económico. Enseguida supo detectar la amenaza que suponían para las sociedades libres; hasta el punto de que dedica uno de los capítulos del libro a trazar diez preocupantes paralelismos entre el keynesianismo y el marxismo (labor que en España ha sido retomada por el gran José Ignacio del Castillo): la idea de que el capitalismo se ve sometido a una tasa decreciente de beneficios; el énfasis en la depresiva influencia del ahorro en una economía madura; las teorías sobre una irresistible tendencia al monopolio y a la concentración de riqueza en el laissez faire; el desprecio a la responsabilidad individual en beneficio del control gubernamental de la seguridad social; la defensa de los impuestos progresivos y sobre la herencia; la propuesta de que sea el gobierno quien controle la moneda y los bancos para proceder a liquidar al rentista; una visión colectivista de los derechos de propiedad como privilegios del Estado que pueden ser arrebatados por el Estado a discreción; la tendencia a equiparar al gobierno con todos nosotros o con la sociedad; la preferencia por el estudio económico de las clases, las medias o los agregados en lugar de las acciones de los individuos en sociedad; y una visión mecánica y simplista del comportamiento humano que puede ser manipulado por el Estado a través del control de los tipos de interés, los impuestos, la deuda.

Orval Watts, en la mejor tradición del liberalismo clásico, recuerda que las actuaciones del gobierno se basan en la compulsión, por lo que toda política que vaya más allá de la defensa de la libertad de los individuos supondrá una violación de sus derechos: “La condición esencial para que existan derechos humanos y libertad es no interferir“. Los keynesianos, frente al liberalismo clásico, proponen un gobierno ilimitado: “No suelen colocar ningún límite a la autoridad política sobre los individuos y sus propiedades, salvo la que derive de la opinión mayoritaria”; lo que les lleva a defender sin despeinarse la expropiación del oro de los ciudadanos, la socialización de la inversión o la eliminación de los tenedores de renta fija.

Una vez más, el socialismo y su idea de planificación económica nos demuestra que es un fracaso como teoría económica, sólo trae miserias y hambrunas, pero además nos demuestra que tenemos que ser nosotros los que defendamos nuestras libertades. Tiempo al tiempo…

Fuente: Juan Ramón Gallo

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