El crédito se encuentra colapsado en todo el mundo. Tanto en España, como en los Estados Unidos y para los hijos de la Gran Bretaña, el crédito a particulares y empresas se encuentra en descenso. El colapso del crédito que estamos presenciando es la agonía del dinero fiducitario: la agonía de la moneda de curso legal que se convirtió finalmente, para mejor control de los Estados, en una moneda finalmente irredimible.
Irredimible, porque es una moneda que no vale nada en la realidad, pero representa un compromiso de pago. Hasta hace poco más de 50 años, era un compromiso de pago en oro, algo tangible que podias intercambiar luego por lo que quisieras. Pero actualmente es irredimible, porque es un compromiso de pago en..otros billetes, que a su vez son compromiso de pago en más billetes y asi nos tienen tonteando durante el último siglo.
No vayan a creer que la moneda irredimible es algo nuevo. Los gobiernos y su clientela de bancos han tratado, durante cientos de años, de injertar este repulsivo y degenerado bastardo en el organismo vivo de la sociedad. No es casualidad que todas las dictaduras comiencen limitando el acceso de las personas al oro. No importa si son dictaduras de izquierdas o de derechas, la cosa es quitarle al pueblo el poder de controlar al Estado.Y el resultado final ha sido siempre el mismo: el organismo sano rechaza en su momento al anormal implante.
Lo que nos ocurre ahora, no es distinto de lo que ha ocurrido en otras épocas, aunque por la fuerza de la costumbre, llevamos 101 años de estos papelitos que nos han metido como moneda de curso legal, nos cuesta entender que el oro es y sigue siendo la moneda por excelencia no por decisión de unos pocos, sino porque hasta ahora nadie ha encontrado mejor moneda que el propio Oro. Y no hay nada mejor que la libertad de la gente, libertad de la que no puede disfrutar con una moneda irredimible, ni con monedas que sean consecuencia de una ley que la declare obligatoriamente de curso legal.
Cuando el 15 de agosto de 1971 Richard Nixon incumplió el pago en oro de las obligaciones de los Estados Unidos y declaró al dólar irredimible como medio de pago supremo y liquidador óptimo de la deuda, se basaba en expertos consejos del economista Milton Friedman de Chicago. Cinco años más tarde, el más antiguo de los bancos centrales del mundo (el Riksbank de Suecia) otorgaba a Friedman el premio establecido en memoria de Alfred Nobel. La recompensa sería el reconocimiento por su brillante idea de que si el banco central roba poco a poco a la gente (digamos que diluyendo la moneda a una tasa fija del 3 por ciento anual), las víctimas nunca gritarán “nos robaron”. Tampoco nunca se percatarán del robo.
Pero no estan robando. Y como son hábiles ladrones de guante blanco no nos damos cuenta. Como vemos que producto de la inflación que nos causan nuestros salarios aumentan nos tranquilizamos. Pero no nos damos cuenta que nos roban por todos lados. Que el control de una moneda de curso legal irredimible nos pone a merced de los estafadores y ladrones banqueros centrales y todos aquellos a los que financian para cantarnos las bondades de esta antinatural moneda.
El régimen del dólar irredimible (hablo del dolar, pero es aplicable al Euro, a la Libra Esterlina o a cualquier moneda que se les ocurra) pronto fue puesto a prueba. En 1979 todo se les fue de las manos, como si un genio escapara de la botella. El precio del petróleo, la plata y el oro se cotizaban a precios veinte veces mayores que antes de 1971. En el caso del azúcar el factor de aumento estuvo próximo a cuarenta. Las tasas de interés necesitaron de dos dígitos para frenar el colapso, más allá incluso del 20%. Hubo pánico en toda la faz de la tierra. El acaparamiento de productos se convirtió en una forma de ganarse la vida. Todo el mundo esperaba lo peor.
Fue en este momento cuando se inventó el concepto de “meta de la inflación”. Anteriormente las manifestaciones de poder de los bancos centrales eran más bien modestas. Se suponía que los bancos centrales fijarían la meta de las tasas de interés a corto plazo. Más tarde se apoderaron de las metas en la oferta de dinero. Luego reclamaron también poderes sobrenaturales de micro-gestión de los aumentos de precios. Aparentemente todo estaba funcionando, de forma que el genio fue obligado a regresar de nuevo en la botella.
En las siguientes tres décadas, quienes tuvieron a su cargo la toma de decisiones políticas junto con los economistas influyentes, estuvieron cada vez más convencidos de que en la fijación de las metas de inflación habían encontrado el Santo Grial de la moneda irredimible: sentían haber encontrado la forma de hacer humano su Frankenstein monetario. Frederic Mishkin, Profesor de la Universidad de Columbia y ex gobernador de la Reserva Federal, publicó en 2007 el evangelio de las metas de inflación bajo el título Estrategia en Política Monetaria. En su libro define las metas de inflación como “estrategias de información incluida para conducir la política monetaria”.
Pero las mentiras no se pueden ocultar eternamente e irónicamente, el desastre golpeó justo en el momento en que los profetas de las metas de inflación se convertían en engreídos, más allá de toda medida de modestia. De hecho, provocaron un gran debate no sólo en las revistas americanas, sino también en las Inglesas. Ben Bernanke, que en el ínterin fue nombrado presidente de la Reserva Federal, contribuyó con el discurso de apertura y con el título para el debate: “La Gran Moderación”. Según su descripción, lo que estaba sucediendo a comienzos de 2007 en la macroeconomía era una reducción de la volatilidad en el ciclo de los negocios: un crecimiento más consistente, menos episodios de inflación, una mayor estabilidad. The London Times publicó una jubilosa pieza a comienzos de 2007 precisamente con ese título: “La Gran Moderación”. Y en su primera línea expresaba que: “La historia se maravillará de la estabilidad nuestra época”.
Porque medían la inflación sólo de algunos productos mientras que otros, como la bolsa y las viviendas, se consideraban como “inversión” para no ver que estaban creciendo de una forma poco sana. Estos grandes genios se demonstraron incapaces de preveer y advertir de los grandes peligros económicos que nos acechaban, y nos siguen asechando, a todos nosotros debido a su Frankenstein monetario. Al final, la historia terminará maravillándose de lo tontos que hemos sido todos, al dejarnos manipular por un grupo de personas inescrupulosas a las que decidimos entregar nuestra libertad al no oponernos a sus manejos económicos.
Y muchos economistas pelean ahora para darles aún más poder a estos banqueros centrales. Para que sigan haciendo de las suyas. Estos economistas bien remunerados por los bancos tienen todo el derecho a querer ser robados y saqueados. Pero no tienen ningún derecho a hacer de abogados para que el resto de los mortales sea engañado por los siglos de los siglos, mediante esta cruda forma de saqueo.
El patrón oro es un requisito previo indispensable para la libertad. Sin él los individuos están indefensos frente a la constante y permanente violación del gobierno y de los bancos a sus derechos de propiedad. El derecho a solicitar oro a cambio de billetes o depósitos bancarios va mucho más allá del mero intercambio de una forma de dinero por otro. Es la única manera de controlar el poder ilimitado del gobierno que se manifiesta con la creación ilimitada de depósitos bancarios. La combinación del poder gubernamental con el poder de los bancos para crear depósitos es especialmente peligrosa para la libertad de las personas, debido a la doble moral que significa. El gobierno exime a los bancos de los efectos de la ley contractual a cambio de que los bancos concedan el trato especial acordado a la deuda pública del gobierno.
Muchos economistas critican la posibilidad de que las personas puedan almacenar su oro fuera de los bancos cuando hay temor, y que eso demuestra una de las imperfecciones del oro como moneda. El atesoramiento de oro no es una mancha en el patrón oro, es su principal excelencia. Cuando un número suficiente de personas están preocupadas por la intrusión de esta combinación de poderes, o desaprueba las políticas monetarias del gobierno y/o las políticas crediticias de los bancos, bajo un patrón oro nunca quedan indefensas. Pueden retirar su oro del sistema bancario, indicando así al gobierno y a los bancos que a menos que enmienden sus procedimientos y pongan fin a sus aventuras en la creación de deudas, se encontrarán insolventes y sin poder. El patrón oro da esta ventaja tan democrática a los ciudadanos. El ideal de un gobierno limitado no tiene sentido a menos que esté reforzado por un patrón oro que niegue a dicho gobierno el poder de emitir cantidades ilimitadas de divisas. No hay otra forma de hacer esto sino es exigiendo que las promesas del gobierno sean redimibles en algo más que en billetes de banco.
Una vez el gobierno convierte la moneda en irredimible, se pone a sí mismo en posición de recortar los derechos y libertades de las personas como estime conveniente. Y así es como se logra derrocar con eficiencia a un gobierno constitucional. Una vez que el gobierno usurpa el erario público, su poder se vuelve incontrolable. El debate sobre los presupuestos, en el Parlamento o en el Congreso, se convierte entonces en una farsa anual. Nada se interpone en el camino de los políticos sin escrúpulos para socavar el gobierno constitucional. El poder adquisitivo de la moneda se marchita constantemente, año tras año. Los bancos son liberados de las limitaciones que el pueblo ejercería sobre ellos en virtud del patrón oro. La caja de Pandora de la corrupción se abre y su contenido contamina el sistema económico, político y social de la nación. Los gobiernos que emplean la moneda irredimible conquistan el control incondicional sobre el comercio exterior, sobre las tasas de cambio, las inversiones extranjeras y los viajes. Incluso sobre la cantidad de dinero que una persona puede entrar o sacar del país. Los más poderosos gobiernos compran la lealtad de los gobiernos menos poderosos.
La muestra más clara en Europa es España, con su moneda que nació irredimible, el Euro, y sus Cajas de Ahorro. Si el presupuesto se hace con un desface del 17% da igual, ya se emite más deuda. Ya se encargarán nuestras quebradas cajas de seguir comprándole deuda al Estado que algo de rentabilidad les da. Y quedan como zombies en el sistema financiero, no prestando dinero ni fomentando la actividad económica. Sólo manteniendo a un Estado derrochador y a las corruptelas regionales que se dan el lujo de abrir embajadas.
Bajo el patrón oro no perduran balanzas fiscales negativas mucho tiempo, ni tampoco los déficit presupuestarios. Hay fuerzas que limitan las pérdidas persistentes de oro que tienden a corregir estas distorsiones. Por el contrario, bajo el régimen de la moneda irredimible las distorsiones económicas pueden persistir indefinidamente. Y tales distorsiones finalmente se vuelven muy destructivas. Esto sucede porque los burócratas del gobierno no pueden proporcionar el mismo nivel de sabiduría que puede alcanzar un pueblo libre para actuar en su propio interés.
Un gobierno puede acceder al control total de la población, ya sea por el uso de la fuerza militar o mediante el uso de la moneda irredimible. La primera opción es fácilmente comprensible, mientras que la segunda es aplicada a la nación como una sutil droga que muy pocos reconocen como tal. Por eso es generalmente aceptada por sus víctimas. Y por estas y similares razones, la moneda irredimible es el dispositivo favorito de los estados modernos para mantener a la población bajo un control totalitario. En efecto, permite que el gobierno tenga éxito en el control de las masas, mientras que, al mismo tiempo, gana su aprobación e incluso su apoyo entusiasta porque el estado parece controlar el Cuerno de la Abundancia. Pero la moneda irredimible debe considerarse como una droga terrible que forma hábito y que el gobierno utiliza para embriagar a las personas. En virtud de esta intoxicación, la gente se vuelve adicta y termina deseando más y más gasto nacional, más y más control gubernamental y finalmente más y más deuda.
Es inútil esperar un movimiento masivo a favor de una moneda sana. La experiencia diaria de la población les proporciona una visión deformada. Confirman en sus mentes las presuntas virtudes y beneficios de una moneda infinitamente inflable. La gente carece de suficiente comprensión de la ciencia monetaria para ver que la moneda no se puede inflar infinitamente sin conducir al desastre. Al igual que un drogadicto, las personas expuestas a la moneda irredimible no la ven como un narcótico peligroso y dañino. Incluso la pérdida del poder adquisitivo no les perturba en gran medida. Su única respuesta es demandar más dinero. Y se enorgullecen de que el Gobierno escuche con simpatía tales solicitudes. Acogen con beneplácito el escandaloso aumento de los índices bursátiles y de los precios de los inmuebles, y establecen en ellos grandes almacenes. La creciente deuda y los pesados impuestos no son mirados con ansiedad. Con frecuencia su agitación más común es exigir más y más gasto del gobierno.
Cuando el dolor económico infligido a la población alcance alturas insoportables, estamos en camino con esta crisis que continuará en los próximos años, entonces el resultado será la anarquía y el caos. Esto es precisamente lo que la gran tradición monetaria de los países de habla inglesa debería evitar, descartar la moneda irredimible y ordenar un estándar monetario metálico. La otra alternativa, es que la zona Euro, motivada por una Alemania que recuerda aún lo que significa jugar con el dinero irredimible, sea la gran alternativa y nos saque de un Euro irredimible. Así no tendría que preocuparse ni por Grecia, ni España, ni Italia.
2 respuestas a “El dinero fiducitario en agonia lucha contra el oro”
[…] hablaba en el anterior artículo «El dinero fiducitario en agonia lucha contra el oro»que las monedas de curso legal (conocidas también como la moneda irredimible) no es algo nuevo […]
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